9 de septiembre de 2009

Juan

En los primero días del pasado mes de enero fui a Suchitlán a llevar una razón y –sin saberlo- también fui a conocer a Juan. Los acontecimientos se desarrollaron de la siguiente manera:
Luego de haber cumplido con mi encargo, decidí regresarme a Colima. Estaba en el auto colocándome el cinturón de seguridad, cuando observé que un niño (cuyo rasgo más notable era que en lugar de pelo parecía que traía un cepillo en la cabeza) me estaba haciendo señas y al mismo tiempo corría hacía mí. Apenas llegó, me dijo: -Dame dinero-. Sorprendido por su extravagante demanda, le pregunté: -¿Y por qué tengo que darte?-. -Es que te cuidé el carro-, sentenció el niño cabeza de cepillo. -Pues fíjate que no traigo —argumenté—. De hecho, tú deberías conseguirme unos veinte pesos para echarle gasolina a mi carro, porque si no, no llego a mi casa-. Obviamente mi discurso no tuvo los efectos deseados; al contrario, al niño cabeza de cepillo mi réplica le ha de haber parecido muy desafortunada o de plano excesivamente mamona, porque no contestó nada e ignorándome se puso a observar el interior de mi auto, deteniéndose con mirada curiosa en un objeto: mi cámara fotográfica. De pronto, voltea a verme y me dice: -Entonces tómame una foto-. -¿Y qué, con eso quedamos a mano?- le propuse. El niño cabeza de cepillo (que en realidad se llama Juan), primero me miró muy serio y segundos después asintió con un leve movimiento de cabeza. Sin poder contener la risa, sólo alcancé a pronunciar un “Va, pues”. Dispuesto a saldar mi deuda fotografiando a mi acreedor, (al cual, si el lector lo desea, también le puede decir Juan), agarré la cámara y viendo por el lente el rostro del niño cabeza de cepillo (si es que así quiere decirle el lector) retrocedí un poco, después volví a acercarme, finalmente enfoqué chido y… ¡clic!:
Juan
-Listo, valecito-, le dije satisfecho, creyendo que ahí había acabado todo. Pero no… -¿Y cuándo vas a traerme la foto?-, me interrogó el niño Juan, con la seriedad del hombre-niño que sabe lo que quiere, pero que no sabe cómo hacerle para obtenerlo. -Pues yo pienso que hasta la próxima vez que venga-, le confesé interpretando eficazmente el papel de Perogrullo. Al escuchar mis palabras, Juan puso cara de “Ya valió madre esto”. Su postración, sin embargo, no tenía fundamentos, porque no obstante que tuvieron que pasar casi ocho meses para que se diera mi regreso, el domingo pasado volví a Suchitlán. Y aunque no tenía muchas esperanzas de volvérmelo a encontrar, subí al carro un álbum de fotografías donde tengo guardada la imagen del multicitado niño cabeza de cepillo. En cuanto llegué al jardín principal del pueblo comalteco, me puse a buscar a Juan, pero de éste ni sus luces. "Pinche, Juan —pensé— no que querías tu foto, vale". Media hora más tarde, observé que cerca de la puerta del restaurante Los Portales estaban tres morrillos de la edad de Juan, pero ninguno de ellos tenía la cabeza de cepillo como mi amigo. "Pinche, Juan —volví a pensar—, no que que querías tu foto?”. Luego de observarlos con más detenimiento, uno de esos tres valecitos se me empezó a afigurar bien mucho a Juan. Así que, antes de que me fueran a acusar de pederasta, me le acerqué y le dije: -Escucha, amigo, hace tiempo yo te tomé una fotografía, ¿verdad?-. El chiquillo nomás peló los ojos y dijo que no, que él no era. -Sí, como de que no. Claro que eres tú, nomás que antes traías el pelo más largo.- No, yo siempre he traído el pelo así-, respondió el presunto, al mismo tiempo que con las palmas de sus manos se aplanaba los cabellos. -Bueno –les dije ahora a los tres chiquillos- si este valecito no es el de la foto, entonces se las voy a traer para que la vean y me digan quién es el que está en ella . ¿OK?
-¡OK! ¡Very good!-, gritaron los tres alegres compadres…
(Continuará)

2 comentarios:

Avelino Gómez dijo...

PINCHE JUAN...

ferrrioni dijo...

¡Orale! aquí espero la continuación de la historia, ¡pos qué más!