19 de mayo de 2009

El circo, mi hijo y la nostalgia

EL DOMINGO PASADO platicando con Iván, sacamos cuentas de que hace como seis años fue la última vez que fuimos juntos a un Circo y mientras que él tiene agradables recuerdos de ese día, para mí lo que viví aquel domingo fue realmente una experiencia infernal. Vean si no:
Recuerdo que ese día Iván y yo andábamos dando vueltas por las calles de la ciudad, nomás abriendo la boca sin saber qué hacer. Cansado de que anduviéramos como chacamotas, le sugerí que buscáramos un lugar para ver el futbol, ya que el partido del Guadalajara lo iban a pasar por Sky y en casa el gancho para la ropa que en mi televisor cumple la función de antena, no goza del suficiente desarrollo tecnológico para captar la señal de aquél sistema. Apenas había terminado de hablar cuando escuché el tajante comentario admonitorio de mi copiloto: —Nel, vato, mejor vamos al circo—. Los veintinueve años de edad con los que supero al Chino y las malas mañas que se supone habría podido esgrimir por dicha diferencia, debieron de haberme dado fortaleza de espíritu y agilidad mental para contradecirlo; sin embargo, no pude arriesgar un razonamiento convincente:. —Vamos pues al circo, que al cabo el rebaño sagrado va a perder—, le dije más resignado que persuadido por la imposición. Mientras conducía por la avenida María Ahumada rumbo a Villa de Álvarez, se me ocurrió pedirle a la virgen (cualquiera que estuviera al pendiente y me pudiera oír) que me arropara con su manto divino y que si no era mucha molestia me hiciera el milagro de que no hubiera función a esa hora, que los boletos estuvieran agotados o que, de plano, el circo ya hubiera ahuecado el ala. Fue entonces cuando comprobé que mis bonos andaban a la baja en el congestionado mercado celestial: como el dinosaurio, el circo aún estaba allí. Peor aún: en ese preciso momento, iba a iniciar la primera función. Resignado fui a comprar los boletos y minutos después estábamos ingresando al circo. De pronto, tuve la sensación de que sólo nos estaban esperando a nosotros, pues apenas ocupamos nuestros asientos dio inicio la función… O al menos eso creí. El escenario se iluminó y la voz del maestro de ceremonias nos dio la bienvenida a todos. Enseguida la misma voz se propuso entusiasmarnos divulgando el programa que se iba a presentar, a saber: contorsionistas, payasos, osos, malabaristas, bailarinas, acróbatas, domadores, equilibristas, etcétera. Invadido por el regocijo aplaudí y aplaudí, mientras Iván me echaba una mirada de “ya cálmate, vato, no es para tanto”. Sin embargo, mi arrebato se esfumó como por arte de magia debido al artero golpe que nos propinó el mismo maestro de ceremonias a todos los padres ahí presentes, pues sin transición, sin pausa alguna, les informó a los niños que ya estaban a la venta la espada de estar guars, el gorro con espantasuegras, la bolita galáctica, la varita de colores elaborada con fibra óptica, el globo multicolor y otros productos de los cuales ya no quiero ni acordarme. Previendo el desastre económico, le informé a Iván que si deseaba adquirir alguno de los productos mencionados iba a tener que renunciar a comer la siguiente semana; es decir, que se olvidara de los cheetos y las cocas. Obviamente le valió madre mi aviso, pues compró la espada de estar guars (instrumento infernal con el que me estuvo chingando toda la función, pues se la pasó picándome las costillas cada que me descuidaba). Ahora bien, lo que en realidad quería comentar es que ese día descubrí que el circo, juntos con los lances prodigiosos de sus artistas, continuaba provocándome una fascinación extraordinaria. Porque ese día no me importó que los actos que se presentaro fueran los mismos de siempre, tampoco que sus maniobras superaran en complejidad a otras que yo hubiera visto.
Como sea, ahora pienso que mi fascinación por el circo tiene que ver más con la posibilidad de regresar y revivir nuestro pasado. Concluir que el espectáculo circense es la mejor vía para la risa, el asombro y la nostalgia.
Ya lo dijo el periodista chileno Alfonso Alcalde, es verdad que el circo entronca con una simbología de la vida: no hay acrobacias ni chistes de payasos, porque el chiste en realidad está en saber qué hacer con ella.

5 comentarios:

Avelino Gómez dijo...

Goyo, qué agradable lectura.
un abrazo.

Sr. G dijo...

Avelino, te agradezco el comentario.

Oye, ¿y si de chingadera un día de estos le caemos a Los Toros?

¿Y si también invitamos a Mario S. y a Beto R.?

Yo digo, pues...

Anónimo dijo...

MMMM, EL TAURINO ES MEJOR¡¡ NETA QUE SÍ ¡¡ PERDÓN... OLVIDÉ QUE NO ME ESTABAS INVITANDO A MÍ...
HEEY EXCELENTE BLOG. TU LENGUAJE ES MUY RICO, PERO A LA VEZ ES SENCILLO PERO NO SIMPLE. CALIFICACIÓN: EXCELENTE¡¡¡¡
ENTRÉ POR QUE TE VÍ COMENTAR EN FAVOR DEL NOVIO DE SU ALTEZA.
ME GUSTARÁ LEERTE.

Sr. G dijo...

Gracias, anónimo, sólo una observación:

En el Taurino la botana básicamente consiste en unos cuantos cacahuates piteados y energizantes huevos cocidos. Por lo tanto, sugerimos lo siguiente: vamos a Los Toros, ahí comemos dos tres, luego medio nos empedamos y finalmente le caemos al Taurino.

¡Ah!, obviamente sí estás invitado.

Anónimo dijo...

POR LO VISTO HACE MUCHO QUE NO VAS AL TAURINO,TIENE APROX. 2 AÑOS CON NUEVA ADMINISTRACIÓN. DE NETA, LA BOTANA ES EXCELENTE,VARIADA Y MUY RICA, Y EL LUGAR ESTÁ REMODELADO Y MUY AGRADABLE, NO ES COMÚN QUE VAYAN MUJERES, LO SÉ, PERO ESTÁ TAN CHIDO AHÍ QUE DE VEZ EN CUANDO LE HE CAIDO CON AMIGOS Y LO HEMOS PASADO MUY BIÉN, JAMÁS HE PROBADO CERVEZAS TAN HELADAS, EL SERVICO TAMBIÉN MUY BIÉN, JAJAJAJAJ, SEEE PARECE QUE ME PAGARON POR EL COMERCIAL... SÍ HE IDO A LOS TOROS, PERO LA VERDAD EL TAURINO ME ENCANTA. HAAA COMO TE HABRÁS DADO CUENTA SOY ANÓNIMA Y NO ANÓNIMO. JEJEJEJE
POR CIERTO. CHIDO BLOG LO CONOCÍ Y ME ANAMORÉ. ME DECLARO TU FANSSSS