29 de marzo de 2009

Escuela rezagada

La maestra les informa a sus alumnos que ese día van a platicar sobre la contaminación. Enseguida les pide que abran su libro de ciencias naturales. Está a punto de darles otra instrucción cuando es interrumpida por David. Éste -emocionado- le comenta que el día anterior había visto en la televisión un programa donde explicaron porqué ya no había tantos peces en los ríos. “¿Quiere que le cuente?”, le pregunta David. La maestra, desesperada, le responde que no, que ese día sólo estudiarán lo que dice el libro de texto. La clase prosigue con la dinámica impuesta por la maestra, mientras David empieza a conversar en voz baja con uno de sus compañeros, quien lo escucha atentamente. El testimonio anterior sirve para documentar uno de los tantos efectos “invisibles” que ha traído consigo la modernidad y su media hermana la globalización, nos dice Roxana Morduchowicz en su libro El capital cultural de los jóvenes. En él, la autora señala que múltiples evidencias etnográficas le permiten sostener que la escuela como institución cada día complica más su relación con la cultura, a la que observa con desconfianza y recelo. El problema, nos dice Morduchowicz, es que la cultura cumple hoy un papel trascendental en la vida de niños, adolescentes y jóvenes, pues los medios de comunicación y las nuevas tecnologías, están influyendo de manera decisiva en la percepción que los muchachos tienen de la realidad y de su interacción con el mundo que los rodea. El problema se hace más profundo, señala la autora de apellido tan difícil de escribir, cuando observa que “la educación es la única actividad que se siente capaz de cambiar el mundo, sin admitir que ella misma pueda sufrir alguna modificación”.
Culturas en conflicto
¿Por qué la práctica escolar resulta para los muchachos una especie de tortura medieval? ¿Será porque no encuentran cómo vincular los contenidos que les enseñan en el aula con su vida cotidiana? Además, el asunto es que los padres también sufrimos cuando nuestros hijos nos preguntas cosas como estas: “¿Para qué me sirve entender que la Circunferencia de un círculo es π veces el diámetro, o 2 por π veces el radio; es decir, C = π d, o C = 2πr, donde π =3.14? Y que la recta horizontal se denomine eje de las abscisas o eje de las x, y la recta vertical se llame eje de las ordenadas o de la y ¿Eso qué?” La falta de sentido de los contenidos que se enseñan, la fragmentación, la descontextualización, su ahistoricidad y, en general, su escaso atractivo para los jóvenes, son algunos de los elementos que vienen a fomentar el desinterés de los alumnos por todo lo que tiene que ver con la escuela.
Para acabarla de chingar, dicho desinterés suele ser interpretado por los maestros como indisciplina, por lo que endurecen su autoridad ante las "frivolidades" de sus alumnos. Es entonces cuando se considera que el fracaso escolar es un problema individual y no de la escuela, porque qué se puede hacer con tanto muchacho distraído, apático y disperso. O sea, con los clásicos cabezas de teflón.

Dualidades de la vida
Ahora pensemos en lo siguiente:
La escuela nos exige racionalidad, mientras la cultura apela a nuestras emociones.
La enseñanza escolar preponderantemente se expresa través de la palabra, mientras la cultura comunica a través de la imagen.
La escuela argumenta, mientras la cultura seduce.
La escuela ofrece conocimientos, mientras la televisión no da respuesta alguna.
Punto bueno e historia masoquista
Según Jorge Ibargüengoitia, como la historia que enseñan en la escuela es una historia “oscura, sangrienta y masoquista”, no resulta extraño el caso del maestro que les ofrecía a sus alumnos un “Punto bueno al que se dejara quemar las patas”.

No hay comentarios: