4 de enero de 2009

Ciudad, cultura urbana y espacio público

Según el arqueólogo e historiador Azzedine Beschanouch, quien actualmente se desempeña como adjunto del subdirector general de la UNESCO para la Cultura, las ciudades deben disponer de espacios para el diálogo y las relaciones mutuas, puesto que la cultura urbana es una creación colectiva y los encuentros entre individuos diferentes son su fundamento. En un contexto como el actual, en el que la tan mentada globalización ha venido produciendo una multiplicidad de relaciones culturales, el problema básico, según Beschanouch, consiste en saber quién debe garantizar el debate y el diálogo públicos, ya que sólo con ellos se podrá consolidar la creatividad colectiva y la vitalidad cultural. Lo que estaría en juego, entonces, sería el fortalecimiento del espacio público como punto de convergencia de personas que representan cada una de ellas distintas preocupaciones: desde aquellos que debaten sobre cuáles deberían ser los objetivos de la sociedad local o cuál debe ser el papel del Estado, hasta quienes expresan sus inquietudes respecto a cuáles serían las responsabilidades del ciudadano en aras del bien común.
La violencia urbana. Con base en lo anterior, el funcionario de la UNESCO reflexiona sobre el tema de la violencia urbana afirmando que ésta ha ido creciendo de manera sostenida en todo el mundo, no obstante que en algunas regiones dicho incremento es más acentuado que en otras. Entonces Beschanouch se pregunta: ¿la violencia urbana (asesinatos, asaltos, agresiones y violencia en el seno de la familia) es un fenómeno cultural? El arqueólogo empieza argumentando que las ciudades no engendran violencia sino que ésta es producto de la pobreza, la exclusión política y social, pero sobre todo de la desigualdad económica. Son estos factores los que repercuten de manera negativa en contra de la solidaridad, la cual habría permitido a los habitantes de una ciudad a vivir pacíficamente. La insuficiencia de ingresos, la estrechez y precariedad de vivienda y la ausencia de ayudas sociales suelen ser el origen de tensión y discriminación social. Sumémosle a lo anterior, la frustración que genera la ostentación del lujo que a través de la publicidad se transmite en los medios, la opresión aplicada a determinadas identidades culturales, el racismo o la propia discriminación que generan los estereotipos sociales. Todo ello, sin duda, habrá de generar violencia.
Ciudades y calidad de vida. Beschanouch nos proporciona otro dato interesante que nos ayuda a tratar de entender el origen de la violencia urbana. Éste hace referencia a la calidad de vida en las ciudades, la cual está íntimamente vinculada con el control informal de los lugares públicos y con la definición de quiénes tienen derecho a usarlos. Distintas investigaciones han demostrado que el nivel de delincuencia en el medio urbano está relacionado con cambios en la disposición espacial de las ciudades que dan pie a la segregación social y geográfica. El ejemplo más común de ello es cuando se “empuja” a las clases trabajadoras hacia la periferia, mientras la clase pudiente se apropia del centro de las ciudades. O también con la construcción de conjuntos residenciales aislados por muros y con sistemas de seguridad privados.
Temor a lo cotidiano. La violencia la evocamos todos los días a través de relatos, comentarios o chistes, lo que contribuye a magnificarla. La gente que tiene los recursos para hacerlo reacciona frente al miedo asegurándose de medios y agentes de seguridad privados o replegándose a las zonas residenciales amuralladas que habitan. La calle se la van quedando quienes tienen menos posibilidades económicas: “los sin techo y los hijos de la calle”. El miedo a la violencia ha acentuado los prejuicios, la distancia y la exclusión de todo lo que es diferente. En EEUU –señala Beschanouch- la política del temor cotidiano constituye una verdadera amenaza para la cultura pública. “La tensión, la discriminación y la sospecha son los nuevos signos de las relaciones públicas”, afirma.

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