4 de enero de 2009

La sombra de Dionisio

El espíritu de nuestra época se encuentra marcado por una visión dionisiaca de la vida y aunque lo trágico es impensable, debemos sin embargo pensarlo. Y a pesar de que no nos atrevemos a hablar de lo que nos provoca miedo, es necesario reflexionar en lo cotidiano porque en ese ámbito se vive realmente el sentimiento trágico de la vida, como lo afirma el sociólogo francés Michel Maffesoli, quien por cierto es santo de mi devoción. No obstante lo anterior -y por paradójico que parezca- de lo cotidiano sólo se recuerda lo anecdótico y lo superficial, porque el interés ya no tiene un centro fijo, éste se mueve constantemente de la música, a la moda, luego al imprescindible llamado del gimnasio, después a la reunión con los amigos, más tarde a cumplir con la conciencia ecológica que demanda solidarizarse con Greenpeace para que saque a la ballena pendeja que se quedó varada en la playa por quién sabe qué razones.
Nuevos mestizajes, nuevos sincretismos religiosos, nuevas filosofías de la vida. Todo se revela frente a nuestros ojos y, por lo tanto, todo es interesante. Así, la vida se ha convertido en una serie de instantes eternos a los cuales hay que sacarle el máximo goce. Véanse si no las narraciones minimalistas expresadas en los videoclips, o la publicidad vertiginosa, o el zapping que nos convierte por unos momentos en amos del universo televisivo (¿o será mejor decir televisado?), o los juegos por computadora, o el maldito Game Boy SP convertido ya en Game Boy DS (evolución tecnológica que, vale decirlo, le proporciona a la tarjeta de crédito varios madrazos, tal como si hubiera estado en Manzanas el domingo pasado). Si el drama moderno se definía por el optimismo de la totalidad individualista, la tragedia de la posmodernidad se encuentra en la “pérdida del pequeño yo, en un sí vasto: la alteridad”. Sentimiento que empuja hacia los otros, hacia aquellos que estaban “encerrados en la lejana soledad de su identidad”, dice Maffesoli.

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