22 de octubre de 2008

En sus memorias íntimas, publicadas bajo el título de La estatua de sal (Conaculta, 1998), Salvador Novo destaca la certera y aguda capacidad del pianista Ricardo Alessio Robles para poner apodos crueles a sus amigos –todos ellos homosexuales- quienes además, comenta Novo, eran parte de “su mundo asombroso: reino increíble, disperso, nocturno, vergonzante o descarado que le temía y le soportaba”. El propio pianista fue víctima de la mordacidad ajena, pues si para los alumnos que asistían a sus clases en el Conservatorio o aquellos que las recibían de manera particular en la sala de su casa, era el maestro Ricardo, para los íntimos que cruzaban por sus dominios, él era Clarita Vidal. Con todo, de esa habilidad, Novo nos refiere una larga lista de sobrenombres creados por el pianista, entre los que vale la pena destacar los siguientes: • Eva Tapia, conocido así por su sordera. • La Cotorra con pujos, quien debía su apodo a los pasos torpes que daba. • Emma Moreno, que lo era en exceso, afirma Novo. • Anneta Gallo, dependiente de un negocio y cantante de ópera “frustrada”. • Chucha Cojines, quien solía recibir a sus amistades únicamente por las noches para que su amante –en este caso Anneta Gallo- no fuera a encelarse. • La India Bonita, también conocida como el Águila de Carrizo. • La Tamales, “porque hacía sus conquistas invitando a los jovencitos a merendar unos tamalitos y una cerveza”. • Sor Demonio, un cura que lucía en uno de sus labios la huella de una cuchillada. • El Diablo en la Esquina, famoso por haberle dado mil pesos de oro a un torero “por una estocada personal”. • La Susuki, personaje miope de rasgos japoneses. • La Nalga que Aprieta, apodo del que ignoro su origen pues Novo nunca informa nada al respecto. Y para finalizar: • La Semillona y la Pitonisa, quienes eran “feas, pobres y escandalosas”. A ese le dicen… Como se sabe un apodo tiene la intención de subrayar con agudeza algún defecto de la persona que es nombrada con él, pero también tiene la capacidad de evocarnos imágenes y, a la vez, ofrecernos un vasto universo de significados, como señala la investigadora rumana Harriet Quint. Para Quint el hábito de poner apodos o sobrenombres es uno de los rasgos culturales más peculiares del pueblo mexicano. Tan es así que, incluso, para muchas culturas dicha práctica suele ser totalmente desconocida. Según esta investigadora, nuestra costumbre de poner apodos es una herencia de la tradición española, a la cual, sin embargo, los mexicanos le hemos dado un toque particular marcado no sólo por nuestra idiosincrasia, sino también por “el temperamento festivo de la gente que busca un motivo de risa todos los días”, asevera Quint. Es por eso que para los mexicanos, sin importar la condición social, la edad, el grado de escolaridad, la cultura política, la ideología o el género, los apodos son parte de nuestra vida cotidiana y podríamos decir que de manera instintiva acudimos a ellos casi en forma permanente.Según la investigadora rumana, existen distintos tipos de apodos, por ejemplo, están aquellos que destacan una característica de la personalidad de un individuo, los que nombran una característica física, los que cuentan una anécdota chistosa, los hereditarios, los que designan a un colectivo o grupo de personas (los braceros, por ejemplo), los hay también que designan gentilicios y los hay clandestinos, como los que sirven para nombrar al superior jerárquico o a quien ejerce su poder sobre los demás.

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