22 de octubre de 2008

El Especialista

Ai' tienen que al estéreo de mi auto no le funcionaba el reproductor de cidis, pues en un instante de desesperación saqué violentamente un disco -titulado sabiamente Puras perronas- porque ya me tenía harto y al hacerlo éste se rompió. Obviamente, una de las partes quedó dentro del artefacto y ya no pude extraerla, por lo cual me vi obligado a escuchar durante más de un mes, la música que programan las estaciones locales de radio. Está por demás subrayar que dicha programación me dejó más harto: las mismas canciones y los mismos artistas, a la misma hora y todos los días. Para remediar esta circunstancia decidí no pagar un adeudo pendiente y destiné ese dinero a sufragar el trabajo de un especialista para que arreglara el desperfecto en comento.
Como hay ocasiones en que uno hace las cosas no con base en la razón sino en la comodidad, decidí entonces acudir al taller más cercano a mi centro de trabajo. Fue así que una sonriente tarde de abril conocí al especialista que arreglaría mi querido autoestéreo.
En cuanto llegué al lugar supe que la persona que se encontraba culimpinada en la cajuela de un auto tratando de conectar unas bocinas era él. En efecto, minutos después, y luego de concluir con su tarea, ese mismo personaje se me acercó diciéndome que qué se me ofrecía. Brevemente le expliqué mi problema.
Sin decir ni una plabra más, el especialista sacó el estéreo del auto y se puso a revisarlo con la meticulosidad de los profesionales: primero, lo vio por un lado; en seguida, lo vio por el otro; después, lo revisó por arriba y de inmediato lo exploró por abajo, por unos segundos se quedó pensativo mirando el aparato y luego empezó a quitarle el excedente de polvo. Todo lo hacía con extrema delicadeza; es más, lo hacía con tanto cuidado que por momentos parecía como si en sus manos tuviera no el estéreo de mi coche, sino el cetro del Rey Colimán (si es que éste algún día tuvo uno).
Por fin, el especialista habló: -No, vale, la cosa está media cabrona. Tengo que desarmarlo todo. Déjamelo y en la noche veo si se puede hacer algo. Vente mañana como a las once-. Al día siguiente llegué al taller puntual a la cita. Como lo ordenan la urbanidad y las buenas costumbres saludé amablemente a los presentes, saludo que por cierto nadie respondió, por lo que mejor me puse a ver cómo el especialista ahora se apelincaba tratando de pasar unos cables por el capacete de una camioneta, mientras el dueño de ésta, un sujeto malencarado, sólo observaba.
Así, pasaron más de cuarenta minutos, tiempo durante el cual escuché que un albañil, mientras hacía la mezcla frente al taller, cantaba Con todos menos contigo, del emblemático grupo ochentero Timbiriche. Poco después llegó al taller un señor panzón quien, en voz alta, nos informó a todos que se encontraba ahí no porque tuviera muchas ganas de hacerlo, sino porque tenía que cobrarle no sé qué cosa al especialista. Éste como respuesta le ofreció un: -Orita no esté chingando, estoy ocupado-.
El señor, haciendo como que no había oído nada, mejor se puso a platicar con el sujeto malencarado. Al ratito me le acerqué al especialista para decirle que si se iba a tardar.
-¿Qué, tienes mucho qué hacer?, me preguntó-.
Yo le contesté que no, pero que sí me urgía hacer un mandado.
–Pues ve y te regresas de volada. Aquí te espero-, me ordenó.
Así que me fui en chinga a hacer lo que tenía programado. En media hora resolví mi compromiso y me regresé al taller.
-¿Tan pronto, vale?-, observó medio molesto nuestro personaje.
En tanto, el albañil cantor cantaba ahora Like a stone y como que eso agravió al especialista porque le gritó: -Ya cállate, cabrón ¿Pues qué te metistes hoy? Puras pendejadas cantas-. Luego de la censura musical, llegó un sujeto con un cable en la mano y le dijo al especialista: -Oye, conecté a la caja el cable que me vendiste y no tocan los cidis-. Como si le hubieran clavado un misil Tomahawk en el trasero, el especialista dejó lo que estaba haciendo y enfrentó al recién llegado diciéndole: -Pues ayer sí servía y si quieres le digo al que me lo trajo que venga para que veas que sí funcionaba. Uno vende las cosas jalando y luego las tráin diciendo que no sirven. Así no, vale-. Al sujeto del cable sólo le quedó preguntar con timidez: -¿No tendrás otro?-. Lo que provocó que el especialista ahora se pusiera como si una bomba de fragmentación CBU-87 le hubiera caído al taller, pues al borde de la histeria, vociferó:
-Mira, no tengo otro y además el dinero ya me lo gasté ¿Cómo le hacemos?-
–Mejor luego vengo, cuando estés más desocupado-, fue lo único que pudo decir el pobre (pero no menos pendejo) cliente. El especialista siguió trabajando. Por fin concluyó su tarea, probó el aparato que recién había instalado (y que por cierto le acababa de vender al sujeto malencarado) y no funcionó. Movió cables, sacudió la camioneta, golpeó el asiento, conectó y desconectó quién sabe cuántas cosas y, dándose por vencido, le comentó al malencarado:
-¿Sabes qué? Así vete, al cabo que el estéreo sí sirve, la caja déjamela, al rato la reviso y mañana vienes por ella, no le hace que sea domingo, yo aquí voy a estar-. El malencarado se retiró sin decir una palabra. -Ahora te instalo el estéreo, pero antes ocupo que me lleves a dejar una razón-, me dijo. Fuimos, dejamos la razón y regresamos al taller. Mientras rearmaba el estéreo, el especialista, con actitud más amable, se puso a platicar conmigo. Me contó que al rato se iba con uno de sus homies a Cuyutlán –Pues allá unas amigas de mi compa tienen un restorán, nos vamos a pasar el fin de semana y regresamos hasta el lunes, me contó. Sin embargo, aún no concluía esta última frase cuando le hice un comentario que nunca le debí haber hecho: -Oye, ¿pero no va a venir el señor por su caja mañana en la mañana?-. Nomás me miró y no dijo nada. Se levantó y se puso a instalar mi estéreo.
Por fin, terminó el trabajo, probó el equipo y me dijo cuánto era. Pagué, le di las gracias, me subí al auto y cuando había avanzado un poco escuché que me hablaba. Detuve la marcha y se acercó. Con un brillo malicioso en la mirada me dijo:
-Fíjate que sobró este tornillo, me voy a quedar con él, pues me puede servir para otro jale, al cabo que ya vistes que el estéreo sí sirve-.
Hoy circulo por las calles de Colima oyendo mi música preferida, sólo que al llegar a los empedrados debo cambiarle inmediatamente a la radio porque con los brincos los cidis no se oyen bien. Y es cuando de pronto pienso que a la mejor el tornillo que sobró tenía una función sustancial en la suspensión del estéreo y una pregunta me ronda en la mente: ¿iré a reclamarle al especialista?

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