21 de octubre de 2008

El discurso como práctica social

Todo discurso, en cuanto práctica social, es una toma de posición frente a la realidad de quien lo enuncia, ya sea desde una perspectiva política, ideológica, moral o ética. Así pues, los pensamientos que expresamos no pueden ser sino la manifestación cierta de cuál es el sentido que le damos a las cosas, pero sobre todo de cuál es el orden que les conferimos. O como dijera el gran pensador paquistaní Abdul Qader Khan “en el mundo de las ideas hasta al más pelón le arrastra la trenza”. Unos como saben, otros como pueden. Como se sabe, el debate público se remonta a la antigua Grecia y se relaciona con el origen del pensamiento clásico. Más o menos por esas fechas, es cuando se reconoce que el uso público de la razón está relacionado estrechamente con dos prácticas sociales que merecen atención: la tolerancia hacia las opiniones distintas (junto con la posibilidad de estar de acuerdo en no estar de acuerdo) y el fomento del debate público (junto con la confirmación del valor de aprender de otros).
A ver si lavado tupe. El lector podrá dudar de lo que digo, pero le puedo asegurar que contrario a lo que señala el conocimiento vulgar, se han encontrado múltiples evidencias de que en el mundo antiguo la tradición del debate público, y más concretamente del uso público de la razón, era una práctica recurrente en las culturas orientales, tanto en la India como en Asia del este y sureste. Por ejemplo, era común que los lunes, si no llovía, grupos de intelectuales budistas se reunieran a deliberar sobre asuntos seculares y religiosos. Ahí se discutía sin violencia y sin animosidad verbal. Y esto es lo que más llama la atención: el grado de civilidad que habían alcanzado, pues cuando no eran posibles los acuerdos, los involucrados ni se peleaban ni se andaban sacando los trapitos al sol en los periódico (a la mejor porque estos aún no existían). Incluso, según consta en un montón de papeles viejos que fueron encontrados todos hechos bola en la famosa cueva de Ta'wabia, cuando estos pensadores debatían y se hallaban de pronto en un callejón sin salida, entonces despertaban al monje más anciano y éste, entre bostezos y quitándose las lagañas, preguntaba a los asistentes lo siguiente: “¿Kaif takool thalik bilarabia?”, que más o menos quería decir “¿Cómo ven, le seguimos de mañana en ocho?”. Si la respuesta era positiva, la discusión continuaba el lunes siguiente. Si, por el contrario, decían que no, entonces cada quien se quedaba con sus propias ideas.

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