7 de septiembre de 2009

Deimos, Phobos, Pallor y Pavor

Los animales no saben que van a morir; sin embargo, el instinto de sobrevivencia les provoca un temor: ser devorados por otros más fuertes. Los humanos, por el contrario, desde muy temprana edad comprendemos que algún día moriremos. Cuándo y cómo vamos a estirar la pata, es un hecho que ignoramos, pero la idea de que irremediablemente vamos a perder la vida constituye la base fundamental de nuestro miedo, mejor dicho de nuestros miedos. Porque muchos de los temores que el hombre ha tenido desde sus orígenes “son producto de su imaginación y, por tanto, múltiples e históricamente cambiantes”, como señala R. Caillois. El miedo, sin embargo, es inherente a nuestra naturaleza, constituye una emoción que nos permite escapar provisionalmente de la muerte. No obstante, cuando el miedo es colectivo, puede provocar conductas aberrantes y suicidas, al grado que éstas impiden a la gente apreciar la realidad de manera correcta, pues “los comportamientos multitudinarios exageran, complican y transforman las desmesuras individuales”. Y ésta ha sido la historia de las mentalidades colectivas temerosas: motines, sediciones, guerra, violencia... miedo y angustia.Las sociedades preindustriales, concretamente la occidental y de manera particular la europea, se desarrollaron viviendo en el miedo, éste se encontraba en todas partes, “cada uno lo tenía junto a sí y ante sí”. El origen de los males era desconocido y se les consideraban castigos de los dioses. Porque el peligro ha acechado constantemente al sentimiento religioso, no extraña que los griegos divinizaran a Deimos (el Temor) y a Phobos (el Miedo), mientras los romanos los llamaron Pallor y Pavor, respectivamente.
Inventario de los miedos. El mar, lo lejano, las innovaciones, la alteridad (los vecinos o el prójimo en general), las brujas, los vampiros, las comadronas, los eclipses, los cometas, los astros, los maleficios, el lobo, la adivinación, la magia, los encantamientos, la luna, la noche (las tinieblas y la oscuridad), las guerras, los aparecidos, ser enterrado vivo, que el sol desaparezca, Satán, la peste negra (y las epidemias en general), los incendios, los extranjeros (judíos y musulmanes, sobre todo), la idolatría, los herejes, los conversos, la división de la Iglesia, los vagabundos, los mendigos, los leprosos, los impuestos, el vacío de poder, el hambre, la esterilidad, el Juicio Final, el Anticristo, los soldados errantes, el robo de niños, el miedo a la mujer (ésta como agente de Satán, como todos sabemos) y las posesiones diabólicas, fueron -entre otras- algunas de las amenazas que acecharon a los pobladores de toda Europa, de manera particular en el periodo comprendido entre los siglos XIV-XVIII.
El sueño del hipocondríaco. Hay miedos individuales terribles que sólo quién los tiene sabe lo que se sufren. Quizá uno de los peores sea los de un hipocondríaco. Vivir perpetuamente con la idea de que se padecen todas las enfermedades habidas y por haber, debe ser enloquecedor, lo que propicia en su momento la incredulidad de sus familiares y amigos sobre los males declarados. Por eso, el epitafio perfecto del hipocondríaco será: “No que no, cabrones”.

3 comentarios:

ferrrioni dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ferrrioni dijo...

Entre otras cosas, de morro yo le temía a la Mano Peluda y al Coco, también a las momias y otros mounstos que vi en las películas de El Santo.
Una vez, a los doce años los Testigos de Jehová me explicaron la inexistencia del infierno de fuego eterno; desapareció entonces un temor con el que me amenazaron las catequistas en la "doctrina" por no hacerles caso y andar trepándome a bardas y árboles. Mi padre decía: "La Gloria es cuando tienes dinero, porque en infierno ya estamos"
Como tu, ahora ando risa y risa.

Anónimo dijo...

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