26 de abril de 2010

Cascaritas callejeras

Hace como treinta años, Colima todavía era la ciudad de las puertas permanentemente abiertas, de los ríos caudalosos que nos permitían en nuestra inconsciencia ecológica ir a masacrar chopas con la agresiva certeza que nos proporcionaban las fisgas.
Era un Colima donde las distancias para llegar a ningún lado se hallaban tan cortas que los automóviles constituían apenas un estorbo esporádico para el componente básico de nuestra diversión infantil: las cascaritas callejeras.
Porque en aquella época, nuestro entretenimiento tenía como única frontera la que suministraba la imaginación colectiva, pues lo que no se le ocurría a uno, se le ocurría a otro. Pasatiempos que podrían transcurrir desde la organización de un enfrentamiento boxístico entre vecinos rivales, que ajustaban cuentas por ciertos agravios prodigiosos, hasta animarnos a correr riesgos por andar escalando azoteas para poder espiar a las vecinas que se bañaban en puros calzones. Mis amigos del barrio, fueron entonces los cómplices perfectos para el desatino hedonista al que nos inducían aquellas horas de ocio, que lentamente y con sosiego iban transcurriendo.
Los nuestros. A los diez años presencié mi primer partido de futbol profesional. Fue en el estadio Jalisco y ese día el Guadalajara enfrentó al Atlante. La emoción no me dio reposo, de hecho me siguió acosando después, durante todo el trayecto de regreso a Colima.
Recordaba –y aún recuerdo- la salida de los jugadores a la cancha, el verdor esplendoroso de ésta, las luces que exorcizaban del campo de futbol a la oscuridad de la noche, los alaridos inverosímiles de los asistentes, las banderas lanzadas al viento, los jugadores cumpliendo con parte del ritual al saludar a todos y a nadie en las tribunas. Pero el verdadero hallazgo fue confirmar que los héroes sí existían y que estos eran de carne y hueso.
Mucho tiempo después Juan Villoro dio cuenta con claridad del sentimiento que en ese momento me invadió: “Cuando los héroes numerados saltan a la cancha, lo que está en juego ya no es un deporte. Alineados en el círculo central, los elegidos saludan a su gente. Sólo entonces se comprende la fascinación atávica del futbol. Son los nuestros”. Y desde entonces, como lo señala el antropólogo Andrés Fábregas, me convertí en un Chiva hermano.

2 comentarios:

ferrrioni dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ferrrioni dijo...

Hombre G: la primera vez que vi un partido de fut-bol profesional fué en 1980 o 1981; acepté la invitación de mi compa Nacho Pinto de ir al Estadio Azteca a ver un partido América-Atlético Español, aprovechando nuestra estancia en la capital del país como asistentes al Foro Nacional de Trabajo Social celebrado en la UNAM.
Entrar al Estadio Azteca me generó una fuerte emoción, por fin lo conocí -me dije- y me deleité observando su majestuosidad, su capacidad para albergar más de 100 000 personas, su diseño, su estructura monumental, su equipamiento. Obsrvé el comportamiento de los aficionados, su pasión, las arengas de las porras rivales; la venta de cerveza y de toda clase de botanas. Más emoción me creó ver el trabajo de camarógrafos y reporteros de las televisoras, la pose de los Directores Técnicos y la tragedia que representó para los seguidores del América ver perder a su equipo. Al final, aunque el Estadio no se llenó ni a la mitad (supongo que era un partido de rutina, no muy importante)la basura dejada por los asistentes era tal que pareciera estar a tope ¿en cuánto tiempo se barre un estadio de ese tamaño? ¿lo hacen con escobas o con superaspiradoras?
Del partido ni me acuerdo nada, menos de las "estrellas" de los equipos, el fut bol nunca me ha atraido como a ti Hombre G o a nuestro cuate Pinto, esa es la razón por la que nunca nos encontramos tu y yo en una cancha, aunque yo sabía de tu fama como goleador.
Un saludo brother, a ver que día nos echamos una cascarita con nuestros hijos.