29 de abril de 2009

¿Te gusta lo que te pica?

Juan Villoro afirma que cuando hacemos algo a valor mexicano, significa que eso que realizamos lo hicimos “con muchas molestias y ninguna racionalidad”. El principal rasgo de esta conducta –continua diciéndonos el autor de Los once de la tribu- de este masoquista sentido del honor, se manifiesta en nuestra compulsiva afición por comer chile. Y esta inclinación gastronómica la hemos llevado a tal extremo que “hemos hecho de la diarrea una forma de patriotismo”.
Así las cosas, esta afición por consumir chile en cantidades industriales es ya un rasgo inequívoco de nuestra identidad nacional, tanto así que para algunos mexicanos el hecho de que un compatriota reconozca que tal o cual comida está picosa, puede ser considerado como una traición a la patria. De hecho, dice Villoro, hasta el día de hoy no se tienen noticias de que algún “mesero [haya sido] capaz de advertirle al comensal que la boca se le va a incendiar”.
De alguna manera, a nuestro excesivo gusto por lo picante los mexicanos lo hemos venido convirtiendo en una suerte de integrismo cultural, en la medida que consideramos que como padres es nuestra responsabilidad inculcarles a nuestros hijos el gusto por todo lo que pueda enchilarlos. Por eso, la creatividad mexicana le ha dedicado algunas horas a la invención de prodigios tales como el Pelón Pelo Rico, “muñeco al que se le presiona un conducto para que le crezca una melena de tamarindo con chile. Esta pedagogía del ardor avanza hasta la graduación en la que el discípulo ya no sabe si le gusta lo que le pica o le pica lo que le gusta”.
En este mismo tenor, cabe señalar que nuestra proverbial falta de disciplina no se debe a que seamos relajientos, sino porque siempre estamos demasiado enchilados como para poder concentrarnos.
Así, la ardiente felicidad que nos provoca el comer chile, deriva en una cultura del picante, en la cual el placer y el castigo son términos equivalentes: “¡Está sabrosísimo!, dice el doliente a quien el chile le saca lagrimones”.
Por eso, no debiera extrañarnos el hecho de que disfrutemos sufriendo o que los triunfos los consideremos como derrotas; sobre todo, porque vivimos en una nación “donde los mariachis interrumpen sus canciones cuando llega el vendedor de toques eléctricos y los contertulios se toman de las manos para compartir descargas. La dicha mexicana será dramática o no será”, concluye Villoro.

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