14 de febrero de 2009

La otra fiebre amarilla

A las tres de la tarde, no hay personaje que deteste más que a un taxista colimense. Entiendo que a esa hora los trabajadores del volante hacen el cambio de turno y por eso resulta casi imposible conseguir que alguno de ellos se digne a proporcionarnos sus servicios.
Estos señores, no obstante que nos ven asoleados, a punto de la deshidratación y cansados de hacerles señas para que se detengan y nos trasladen a nuestro destino, que como todos sabemos suele ser incierto, parece que luego de su agotadora jornada de trabajo tienen como pasatiempo favorito ignorar al prójimo.
Frente a nuestros llamados unos se hacen como que la virgen les habla: se voltean para otro lado o miran al frente y nos volvemos transparentes ante sus ojos. Otros mueven la manita sobre el volante avisando que no se van a parar. Unos más se detienen y provocan el siguiente diálogo:
-¿Adónde va?-. Con educación y apuntando con el dedo uno contesta: -Pa’allá-. -No, pos yo voy pa’acá- nos responden invariablemente.
Sin embargo, como ya lo dijo Fredrich Nietzsche (y si no lo dijo de todos modos es cierto) “En esta vida todo se paga”. Y en efecto, puesto que hay ciertas horas del día en que podemos ver a los taxistas circulando por calles y avenidas, ambicionando aunque sea un pasaje. He visto cómo sus rostros se transforman y fingen sonreírnos, tratando de parecer amables. Aminoran sus locas carreras con el propósito de ofrecer sus servicios a los transeúntes que, como el redactor, tienen la oportunidad de vengarse ignorando su amarilla presencia. Es cuando de ser los campeones de la travesía ubana, se convierten en limosneros del traslado público.
Definitivamente, ese tipo de cosas sólo les pasa a los culeros. ¡Ándeles, pues!

2 comentarios:

La libelula dijo...

jajajjajajajajjaja

...deberias de hacer un post acerca de la peculiar forma de trabajo de los choferes de autobus!!!..chale yo no soy tan fresa como tu par pasarmela en taxis!!1..jeje buen post, saludos

Sr. G dijo...

Mariana: Todas las mañanas me levanto tan tarde que permanentemente corro el riesgo de llegar con retraso a mi trabajo. Luego, en la tarde, cuando salgo de mi trabajo, me da tanto sueño que me urge llegar a mi casa para poder jetearme a gusto. Por eso puedo afirmar categóricamente que no soy fresa, sino una persona permanentemente cansada.